Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1575
Legislatura: 1894-1895 (Cortes de 1893 a 1895)
Sesión: 29 de noviembre de 1894
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 16, 390-391
Tema: Réplica a las acusaciones del Partido Conservador

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta) : Después de las palabras que acabáis de oír, pronunciadas por el Sr. Salmerón, nada menos que en la Cámara de Diputados, ¿qué importancia y qué autoridad pueden tener las que S. S. ha pronunciado juzgando a los partidos y a los hombres políticos de su país? Para el Sr. Salmerón, no hay partido ni hombre político que no se mueva más que por interés personal; para el Sr. Salmerón, ningún partido ni ningún hombre político se mueve por las ideas. ¡Qué desdichada idea tiene S.S. de los hombres políticos de su país, pero que desdichada idea debe tener S. S. de si mismo! Porque si S. S. piensa eso de los demás, es de creer que de la misma manera juzgará su propia persona.

No, Sr. Salmerón ; si fuera cierto eso que dice S. S. y eso que siente o que, al menos, dice que siente, que yo dudo que lo sienta, no sucedería lo que ha sucedido en este país, no estaríamos en la situación en que estamos, no se hubieran realizado los grandes problemas que se han resuelto ; ni el partido conservador ni el partido liberal hubieran realizado la obra que a cada uno de ellos le ha estado encomendada en estos momentos de la historia ; no hubiera podido el partido conservador realizar la Restauración de la manera que la realizó, procurando las ventajas que puede tener una Restauración, sin ninguno de los inconvenientes que pudieran producir, y armonizando el régimen de la Restauración con los progresos de los tiempos, como lo hizo en su día el partido conservador; ni hubiera podido el partido liberal resolver como ha resuelto en paz, en poco tiempo, con la mayor tranquilidad del país, los problemas políticos más difíciles que han costado en otros países, que se dicen mejor organizados, muchos años, y que todavía no tienen resueltos. ¿Es que sólo nos hemos movido por intereses personales los partidos de la Monarquía, como dice S. S., cuando hemos dado esos resultados? ¡Ah! Su señoría es harto injusto al apreciar los hombres de su país como aprecia las evoluciones políticas que se han hecho aquí, como se hacen en todas partes. Porque, Sr. Salmerón, es que S. S., al recriminar a ciertos hombres políticos que han hecho las evoluciones que creían convenientes a los intereses de la Patria, ha ofendido a sus principales amigos; porque, después de todo, ¿no conoce S. S. a nadie, y bien cerca tiene algunos, que haya hecho esas evoluciones? Pues qué, ¿S . S. no formó parte de un Gobierno de la República con cuatro individuos que acababan de ser Ministros del Rey D. Amadeo?

El Sr. SALMERÓN: Esa es una evolución progresiva. (Grandes rumores en todos los lados de la Cámara.)

El Sr. CELLERUELO: Más grave es la evolución que S. S. realizó aquí en esta Cámara, que fue marcharse del Gobierno por no querer aplicar la pena de muerte contra los principios, contra las ideas y acaso acaso contra los hombres; pero ya hablaremos de todo. (El Sr. Presidente agita la campanilla.)

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): ¿No conoce S. S. otras evoluciones? Que fue una evolución progresiva, decía S. S., la evolución de la Monarquía de D. Amadeo a la República. ¿Y cómo vino la República? ¿Cómo se estableció? ¿Es eso una evolución progresiva?

Yo no quiero entrar en este género de debates, porque nos llevaría muy lejos; pero no le han de agradecer mucho a S. S. las indicaciones de esta tarde alguno que está voluntariamente desterrado, y otros de sus amigos que con S. S. han servido a la Monarquía y a la República. [390]

Por lo demás, le es fácil al Sr. Salmerón, y le ha debido ser muy agradable, venir a hablar aquí, ante una Asamblea que le ha oído con respeto, y algunas veces le ha tenido que oír con resignación, le debe ser muy agradable a S. S., cuando no encuentra esta benevolencia ni este respeto entre sus amigos; porque, después de todo, S. S. viene aquí a hablar en nombre de los republicanos y de la República, y yo no sé en nombre de qué republicanos habla S. S.; porque los que yo conozco, ni respetan la autoridad de S. S., ni siquiera le dejan hablar con la libertad y con la tolerancia que tiene aquí.

Tampoco quiero hacerme cargo de aquellas frases, poco respetuosas para las instituciones que nos rigen, a las cuales sólo aquí por ciertos republicanos se falta al respeto; porque en todas partes, señor Salmerón, hay republicanos; pero republicanos que saben ante todo ser patriotas y cumplir con los deberes que les impone el Parlamento, los deberes que imponen toda clase de consideraciones, sin perjuicio de defender sus ideas. En todas partes, digo, hay republicanos, y en ninguna conozco los republicanos al estilo del republicano Salmerón; en todas partes esos republicanos han podido dignamente y con honra servir a la Monarquía, y la han servido y la están sirviendo, sin que merezcan de parte de nadie los calificativos ni las indicaciones que S. S. ha hecho respecto de los republicanos españoles que, en bien de su país, vienen a servir a la Monarquía. ¿Es que S. S. conoce algún republicano que haya maltratado a los republicanos que han ido a servir a la Reina Victoria y al Gobierno monárquico inglés? ¿Es que S. S. ha visto nunca maltratar a los republicanos que de buena fe, y en bien de su Patria, y por la tranquilidad de sus hogares y de su país, han venido a servir a la Monarquía en Bélgica? En ninguna parte, Sr. Salmerón, ni en Bélgica, ni en Inglaterra, ni en Italia, se ha negado ningún republicano de buena fe a servir a la Monarquía, cuando han visto que a la sombra de la Monarquía crecían y prosperaban los principios que ellos defendían, y que crecían y prosperaban con la paz y con el orden publico.

Por consiguiente, ¿por qué se ha de tratar con tal injusticia a los republicanos españoles? ¿Es que S. S. cree que los españoles son una raza distinta de las demás, y que en España nadie se mueve sino por intereses personales, por intereses mezquinos, y no por elevados intereses de la Patria ni por otros altos móviles? ¿Es que cree S. S. esto de su país? Pues entonces yo le digo a S. S. que es un mal español si de los españoles tiene formada semejante idea. (Aprobación.)

No quiero yo agriar en este momento las pasiones; no quiero turbar más de lo que está la atmósfera que ahora respiramos, y por esto no quiero decir nada más, reservándome contestar más adelante al discurso de S. S. Después de lo que ha pasado, la prudencia me aconseja tomar esta resolución, aunque la adopto con sentimiento. (Aprobación.)



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